Fotografía y redacción: Jhony Velasco
El pasado domingo 24 de agosto de 2025, el corazón de la Ciudad de México se transformó en un lienzo vivo de colores, música y tradición oaxaqueña. Cientos de personas, ataviadas con trajes típicos y con el espíritu festivo a flor de piel, participaron en la Mega Calenda, un desfile que recorrió las principales calles del centro histórico para celebrar la megacalenda, Más que un evento, fue un reencuentro con las raíces, una manifestación de fe y un tributo a las generaciones que han mantenido viva la cultura de Oaxaca a través del tiempo y la distancia.
El sol iluminaba los rostros de la multitud: un mosaico de emociones y memorias. La calenda se llenó de figuras imponentes y coloridas, como el pavo real gigante sostenido por un joven, y las enormes monas de calenda que evocaban a mujeres de carácter fuerte. También se observaban jóvenes con trajes de retazos brillantes, sus ojos reflejando una mezcla de asombro y pertenencia.
Entre los asistentes, una escena conmovía: un joven cargaba en la espalda una enorme tuba. Sus ojos, fijos en el horizonte, revelaban devoción. Cada nota parecía un puente hacia su tierra y sus ancestros. A su lado, una muchacha sostenía una ofrenda floral, gesto sencillo pero profundo: un acto de gratitud y fe. Eran la nueva guardia, guardianes de una tradición que se resiste al olvido.
La calenda avanzaba como un río humano de fe y música. Un pendón dedicado a Santa María Magdalena Jaltepec se alzaba al cielo, rodeado de flores y velas. Algunos se persignaban, otros simplemente observaban con respeto. En medio de la prisa cotidiana, la calenda ofrecía un respiro: un recordatorio de que la fe y la tradición son el cemento que une a las comunidades.
Familias enteras se sumaron a la fiesta. Un hombre, con sombrero de paja, levantaba orgulloso una figura de toro en su cabeza, símbolo de la riqueza cultural de su pueblo. Mujeres con rebozos y vestidos bordados capturaban con sus celulares cada instante. La tecnología, lejos de restar, se volvió aliada: un medio para preservar y compartir esta memoria colectiva.
La Mega Calenda no fue solo un desfile. Fue una declaración de identidad. Cada baile, cada nota y cada traje fue un grito de orgullo que resonó en el corazón de la capital mexicana. En un mundo globalizado, donde las raíces parecen desdibujarse, la calenda demostró que la cultura se fortalece cuando se comparte.
Al final del día, los cuerpos se dispersaron, pero el espíritu de la Guelaguetza permaneció en el aire. Los colores, los sonidos y la fe quedaron impregnados en las calles del centro histórico, recordándonos que la tradición es herencia, pero también llama: una llama que debemos mantener viva.
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