Fotografía y redacción: Jhonny Velasco
La reciente presentación de “Las Tres Hermanas” por la compañía 13teatro en el AQ MX Centro Cultural de la Roma Norte ofreció una lectura escénica que apostó por la sensorialidad y el detalle, pero también dejó espacio para una reflexión crítica sobre sus decisiones estéticas y su ambición interpretativa. En un foro reducido, casi táctil, el montaje construyó una experiencia íntima que se apoyó en atmósferas densas y en un trabajo actoral sostenido por matices más que por grandes inflexiones dramáticas.
Desde el primer momento, la dirección planteó un dispositivo que dialoga con el encierro: luces frías que apenas rozan los cuerpos, una escenografía mínima que sugiere más de lo que muestra y un manejo del espacio que fuerza a los personajes a orbitar entre sí, atrapados en distancias físicas y emocionales. El tiempo parece espesarse en escena; los silencios se vuelven un recurso narrativo recurrente, y el aire quieto del foro funciona como una extensión del estado interior de las hermanas, siempre a la espera de un futuro que no termina de llegar.
El enfoque sensorial se aprecia en las transiciones casi imperceptibles, en la respiración que se vuelve parte del ritmo escénico y en la iluminación tenue que oscurece más de lo que ilumina. Sin embargo, esta misma apuesta, aunque efectiva en su capacidad para generar atmósferas, por momentos reduce la tensión dramática, empujando el montaje hacia un tono uniformemente melancólico que corre el riesgo de restarle contraste emocional al texto de Chéjov.
Las actuaciones sostienen buena parte del peso de la propuesta. El elenco se inclina hacia la contención, hacia un uso cuidadoso del gesto y la mirada; construyen sus personajes desde lo mínimo, desde la repetición de hábitos y la fatiga de cuerpos que parecen siempre al borde del abandono. Hay momentos de gran precisión: manos que tiemblan apenas, silencios que suenan más fuertes que una réplica y miradas que cargan con la frustración acumulada de años. No obstante, esta coherencia en el tono, si bien sólida, por instantes deja la sensación de que algunas escenas podrían beneficiarse de un contraste emocional más marcado para subrayar los conflictos internos del texto original.
La dirección, por su parte, apuesta por un tratamiento casi coreográfico del espacio. Los movimientos son medidos, calculados, a veces rituales, y esa precisión permite que la puesta en escena funcione como un estudio sobre el desgaste cotidiano. El enfoque es claro: subrayar la espera, el tedio, la sensación de un tiempo aplazado. En ese sentido, el montaje se alinea de manera fiel con la esencia chejoviana. Sin embargo, esta fidelidad también se vuelve un arma de doble filo: en su afán por sostener la monotonía emocional, la propuesta por momentos sacrifica la complejidad rítmica que en otras adaptaciones permite respirar al público.
Aun así, la función logra construir una experiencia que involucra al espectador desde la cercanía sensorial más que desde la grandilocuencia teatral. La honestidad con la que se abordan los temas centrales —la espera, la fractura interior y el deseo constante de una vida distinta— deja una impresión duradera. La puesta resulta ser, más que una reinterpretación, un ejercicio minucioso de observación emocional que invita a mirar el clásico de Chéjov desde la fragilidad y el detalle.
Una propuesta que, con sus aciertos y riesgos, encuentra su fuerza en la intimidad y en la capacidad de hacer que el público respire, casi al mismo ritmo, la desilusión que atraviesa a sus personajes.
Las Tres Hermanas se estará presentando el domingo 7 a las 19 horas, y martes 9 y miércoles 10 de diciembre a las 20 horas en el Centro Cultural Vive Arte ubicado en Monterrey 319, Roma Sur, CDMX. Boletos en taquilla media hora antes de la función y en Boletia.
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